NO A LA JUSTICIA HECHA POR PROPIA MANO
Con dolor y preocupación me he enterado de que, en días pasados, fueron detenidos y quemados vivos dos tzeltales, en un municipio cercano a San Cristóbal de Las Casas, como reacción tumultuaria porque uno de ellos atropelló accidentalmente a un niño, quien sólo sufrió golpes, pero no perdió la vida. En reacción, vecinos de los quemados retuvieron a personas del otro municipio, que nada tenían que ver con el asunto, generándose un conflicto entre municipios cercanos.
Ignoro si los autores de haber incitado y quemado a esas personas son creyentes de alguna religión, católicos o protestantes, pero a todos recuerdo el mandato divino, expresado en el quinto mandamiento, que nos ordena no matar a nadie. La venganza no es cristiana. Matar a otra persona, máxime con esa saña tan dolorosa, no es conforme con el Evangelio. Hacerse justicia por propia mano, es hacerse dueño de la vida de los otros, cosa que es privilegio sólo de Dios; es exponerse a cometer un delito, penado por la ley, sobre todo cuando se trata de accidentes que no se pueden evitar, y que pueden disminuir o eliminar la culpabilidad personal.
Cuando alguien cause daño a otra persona, se le puede detener y entregar a la legítima autoridad civil, para que se le juzgue según la ley y se le castigue como es debido, si en verdad es responsable del mal; pero no nos podemos constituir en jueces implacables y vengativos, porque podemos también cometer injusticias y delitos.
Exhorto respetuosamente a las comunidades a evitar estos excesos, que nos degradan y nos exponen a ser víctimas de procesos tumultuarios, que no siempre obedecen a la razón y al sentido de la justicia. Que aprendamos a controlar nuestras reacciones violentas, como nos enseña Jesús, para no dejarnos encadenar por la espiral de la violencia y de la venganza, sino que seamos incluso capaces de perdonar y de hacer el bien a quien nos hace el mal. Esto es lo que nos eleva y dignifica, como verdaderos hijos de Dios.