Elsa de Solórzano
BUENOS DÍAS, TRISTEZA
En 1954 una joven de dieciocho años publicó una novela con la que obtuvo un inusitado éxito; el título surgió de una columna que aparecía en la revista Elle, en la que la autora colaboraba haciendo reseñas de lugares turísticos de moda: “Buenos días Nápoles, Buenos días Venecia”; su seudónimo lo tomó de un personaje de “En busca del tiempo perdido” de Proust. Ella era Francoise Sagan, la niña prodigio de las letras francesas del siglo XX.
Buenos días, tristeza, llegó a mis manos en una edición original de 1955 que leí temiendo se desbaratara entre mis dedos; mi ansiedad de décadas buscándola infructuosamente en internet y en librerías de varias ciudades, me hizo devorarla en unas horas. Fue un encuentro con una autora a la que perseguí desde mi adolescencia y una novela que, aunque conocía algo de la trama, deseaba leer.
Francoise Sagan pasó a formar parte de una corriente denominada Nouvelle Vague, es decir la “Nueva Ola”, un movimiento cultural en Francia que se originó en el cine y buscaba romper con los modelos típicos y acartonados de hacer películas, generando el “cine de autor”, es decir, la propia mirada del realizador.
Como parte de esta generación de ruptura, Sagan refleja en su personaje central, Cecilia, una chica de 17 años, la representación de la rebeldía que se opone al “deber ser”, al orden correcto que representa Ana, la futura esposa de su padre viudo.
Cecilia y Raymundo su padre, disfrutan una vida feliz y desapegada a las convenciones sociales; ella acepta a las amantes de su padre y comparte con él vacaciones, paseos y fiestas sin preocuparse por su futuro.
La llegada de Ana, una antigua amiga de su madre, hermosa y con clase, invitada a la villa donde pasan el verano, trastorna ese mundo; la primera excluida es la amante en turno de su padre y luego la propia Cecilia, que empieza a ver en la intrusa a una poderosa enemiga.
De pronto Ana intenta planear la vida de Cecilia: la reanudación de sus estudios de Filosofía, un trabajo para el verano y el término de sus relaciones con Cirilo, un chico con el que la joven vive un romance.
Raymundo evita involucrarse en las discrepancias que empiezan a surgir entre ambas mujeres, minimizando ante su hija los consejos de su futura madrastra. Cecilia comienza a elucubrar una estrategia para alejar a Ana de su padre y de pronto se convierte en la mano que mueve los hilos de las vidas de todos los adultos que la rodean, sin imaginar las consecuencias que sus maquinaciones van a provocar. La novela fue llevada al cine en 1958 por Otto Preminger, lo cual contribuyó a su fama.
En una época en la que el existencialismo, la nouvelle vague (nueva ola) y las críticas al establishment marcaban nuevos derroteros a las relaciones sociales, Buenos días tristeza dibuja con el caso de Cecilia, a una juventud dispuesta a despojarse de la moral, a cuestionar la autoridad y todo lo que representa. Los jóvenes de la nueva generación no aceptan un mundo cuyas convenciones fueron fijadas antes de que ellos nacieran y no sienten obligación de obedecerlas.
Francoise Sagan se convirtió en una enfant terrible, llevó una vida desenfrenada que a la larga le pasó factura a su salud y a sus finanzas, pues incluso estuvo en la cárcel por problemas de evasión fiscal. La obra de esta autora es abundante, aunque sus últimas novelas no fueron consideradas con la misma calidad de las primeras; incursionó en el teatro y en el cine como directora.
A sesenta años de su primera edición en español, Buenos días tristeza, mantiene vigente el tema de la lucha generacional, el hedonismo que prevalece por encima de los valores morales y la inefable tristeza que acompaña a una vida que aunque saturada de diversiones termina por sentirse vacía.
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