Obispo de San Cristóbal de Las Casas
VER El pasado fin de semana, tuve un retiro espiritual de tres días con jóvenes indígenas tseltales, con el objetivo de reflexionar la Exhortación del Papa Francisco La alegría del Evangelio, e invitarles a ser misioneros de la misericordia en las periferias existenciales. Participaron 159, de una misión atendida por los padres jesuitas. Varias cosas me llamaron la atención: La mayoría cursan el bachillerato. Antes, si acaso cursaban la primaria. Ahora hay secundarias y preparatorias por muchos lados, y muchos indígenas, también mujeres, asisten a ellas. Entre las personas mayores, hay un gran analfabetismo; pero los jóvenes indígenas de ahora estudian y se superan. Un buen número asiste a diversas universidades, que han extendido sus campus a varios lugares, incluso de la selva. Los jóvenes indígenas casi todos son bilingües, pues hablan su idioma materno y el castellano. Por cierto, todavía hay quienes siguen calificando de dialectos a estos idiomas indígenas, que tienen estructura, gramática, historia, vida; son verdaderos idiomas, que se estudian en diversos centros universitarios. Conozco a indígenas que hablan cuatro idiomas: tseltal, tsotsil, ch’ol y castellano, sin haber ido a la escuela. Un chamula, graduado como médico, con la especialidad en gastroenterología en Cuba, me dijo la semana pasada que habla cuatro idiomas: tsotsil, inglés, creol (estuvo dando servicio un año en Haití) y castellano. Y se presenta con orgullo como chamula. ¿Qué dirán tantos mexicanos que hablan sólo castellano, y que califican como atrasados a estos indígenas? Estos jóvenes indígenas ya no se casan tan chicos como antes. Antes a las mujeres las comprometían en matrimonio desde los 14 años o un poco más, sin siquiera conocerse con el futuro esposo. No había un proceso de noviazgo propiamente dicho. Hoy se tratan mucho más entre sí, a veces con problemas de embarazo prematuro. Tampoco tienen muchos hijos e, incluso, hay jóvenes mayores sin casarse. Se han elegido a personas solteras para cargos importantes, cosa imposible en otros tiempos. Me sorprende la cantidad de celulares que manejan, algunos de muy buena calidad. Aunque en muchos lugares no hay cobertura, los usan cuando salen a las ciudades, para oír música y sacar fotos. Es frecuente verlos con sus audífonos, como en cualquier otra parte. Salen a estudiar fuera de su comunidad y casi ya no usan su ropa tradicional. Los vemos con modas y peinados modernos, que aprenden de la televisión y en su contacto con el mundo actual. Es lamentable, sin embargo, que estén perdiendo muchos valores de sus pueblos. Varios ocultan su identidad y ya no quieren hablar su idioma materno; niegan este dato en los censos. Respetan a sus padres, a sus antepasados y sus tradiciones, pero la distancia cultural es creciente día con día. Están perdiendo el sentido de comunidad, que antes les caracterizaba tanto. Los abusos de la sexualidad, de las bebidas embriagantes y de las drogas, los han contagiado; ha habido casos de sida y suicidios. Afortunadamente, ha crecido entre nosotros la pastoral juvenil, para acompañarles desde la fe. PENSAR Dice el Papa Francisco: “La pastoral juvenil, tal como estábamos acostumbrados a desarrollarla, ha sufrido el embate de los cambios sociales. Los jóvenes, en las estructuras habituales, no suelen encontrar respuestas a sus inquietudes, necesidades, problemáticas y heridas. A los adultos nos cuesta escucharlos con paciencia, comprender sus inquietudes o sus reclamos, y aprender a hablarles en el lenguaje que ellos comprenden. Por esa misma razón, las propuestas educativas no producen los frutos esperados. Se hace necesario ahondar en la participación de éstos en la pastoral de conjunto de la Iglesia” (EG 105). “¡Qué bueno es que los jóvenes sean «callejeros de la fe», felices de llevar a Jesucristo a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra!” (106).
ACTUAR Demos a estos jóvenes la atención que necesitan. Hay que escucharlos y comprender su nueva cultura, pero siempre ofreciéndoles los valores del Evangelio, llevándoles a un encuentro personal con Jesús.
LEM. Claudia Corroy
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