+Mons. Enrique Díaz
Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
Deut 26 4-10: “Profesión de fe del pueblo escogido”
Salmo 90: “Tú eres mi Dios y en ti confío”
Romanos 10, 8-13: “Profesión de fe del que cree en Jesucristo”
San Lucas 4, 1-13: “El Espíritu llevó a Jesús al desierto; y ahí lo tentó el demonio”
Las tentaciones que hoy nos presenta el Evangelio de una manera simbólica son realidad actual en cada uno de nosotros. San Lucas elabora un relato que pretende más un mensaje teológico que narrar un hecho histórico de las tentaciones de Jesús. Las agrupa en tres tentaciones-símbolo que directamente afectan la vida humana. Coloca a Jesús en comparación con el pueblo de Israel y nos muestra cómo, en las mismas circunstancias en que el pueblo cayó, Cristo se levanta vencedor.
Las tres tentaciones-símbolo en que las tropezó el pueblo de Israel: preferir al pan a la libertad, adorar al becerro de oro y querer sentirse omnipotente, olvidándose de que está en la mano de Dios; son las mismas tentaciones que sufre nuestro mundo actual. Esas mismas tentaciones, más o menos encubiertas, son las que padecemos y las que nos hacen tropezar hoy día. Nadie está exento de sentirse atraído por el dinero, por el placer y por la fama o la autosuficiencia. Y quien diga que no las padece, es que ya ha caído en ellas y lo más triste es no darse cuenta.
Parecería una cosa buena y legítima la que se presenta a Jesús como primera tentación: convertir la piedra en pan. Pero esconde mucho más. Es la tentación que nos lleva a la vida fácil, es la tentación del placer sobre el amor, es la tentación de la esclavitud sobre la libertad. Y llega disfrazada de bienes que es legítimo tener. Escuchamos, a cada momento, invitaciones disfrazadas que nos llevan al placer, a vivir “responsablemente” el sexo desenfrenado, a hartarnos y tener el vientre satisfecho cerrando el corazón al hambre y necesidad de los hermanos. La tentación de satisfacer todos los sentidos.
La tentación tiene un sentido más profundo, es olvidar el “hambre de justicia y de amor, de libertad y fraternidad”. Jesús responde como “Hijo de Dios”, con su Palabra: el hombre no solamente vive del pan material, sino que orienta su vida hacia la voluntad de Dios. Aunque quizás por momentos sea un pan amargo pero otorga la verdadera vida y libertad al ser humano. Israel añoraba en el camino las cebollas de Egipto y se olvidaba de la esclavitud en la que había vivido. También muchos de nosotros quisiéramos olvidar la verdadera libertad y ser esclavos de nuestros sentidos. Pasar de la libertad al libertinaje.
¡Qué difícil es superar la tentación del dinero y de los bienes! Nuestro corazón se apega primero a cualquier chuchería y después cada día va ambicionando más y va justificando esa ambición. Ponemos el dinero como único bien. El dinero desplaza a Dios de nuestras vidas. Ya no importa nuestra relación con Dios. Está primero postrarnos ante el dinero. Y por dinero se compran y se venden conciencias, por dinero se corrompe la justicia, por dinero se cambian los ideales. Es la prueba de los reinos de este mundo. Es la tentación del poder, del dominio sobre los hombres, de la autoridad impuesta por la violencia; de convertir la religión, la Iglesia y nuestra propia vocación en ocasión para dominar las personas. Es la tentación de suplantar a Dios por el becerro de oro. Jesús es libre y pobre. Desde su pobreza y su libertad responde: “está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él sólo servirás”. Parecería una contradicción pero es una realidad: es más libre un corazón que no está atado al dinero. Es más libre el que nada tiene.
Soberbia es la falta que cometió el pueblo de Israel cuando se confió a sus propias fuerzas y quiso aparecer como poderoso ante los demás pueblos. Cada vez que se confiaba en sus méritos, terminaba en el fracaso. Pero es tentador aparecer, dejarse llevar por la fama y el prestigio, sentirse autosuficiente. No depender de nadie y menos de Dios. Ponernos nosotros mismos en el lugar de Dios. Buscamos la reverencia y el respeto de los demás. ¡Cómo quisiéramos ser el centro de todo! Y, desgraciadamente, utilizamos a veces argumentos valederos, pero llevando en el interior intensiones perversas y mezquinas. Es la tentación de renunciar a la cruz, la tentación del prestigio. Es tentado el propio interior de la persona, sus más íntimos deseos. Y ahí, aún los más justos han caído. Jesús sin embargo nuevamente responde con la palabra de Dios: “No tentarás el Señor tu Dios”.
Cuaresma es un tiempo especial, es tiempo de alejarnos al desierto, de mirar hacia nuestro interior y descubrir los más íntimos deseos. Es tiempo de desnudarse de toda apariencia y preguntarnos frente al Señor cuántas veces y por qué hemos caído. No, no es tiempo de juzgar a los demás. Es tiempo de reflexión y de enmienda. Es tiempo de volverse a Dios y de volverse a tantos hermanos despreciados, olvidados, oprimidos. Tiempo de justicia, de verdad, de liberación. Cada uno llevamos nuestras propias caídas y nuestras propias heridas, es tiempo de levantarse y sanar las heridas. Es tiempo de acogerse a la Misericordia del Padre. De sentir su amor infinito que nos llama y nos exige. Es tiempo de revisar cuántos desencuentros, cuántas infidelidades, cuántas injusticias. Pero, al revisarlas, corregirlas; es la Cuaresma tiempo de conversión, y conversión significa caminar, reiniciar el camino de vuelta al Padre.
Con su retiro al desierto, Cristo nos invita a que apaguemos los ruidos que aturden y ensordecen, nos pide que acallemos las voces que esconden la voz de Dios, que nos olvidemos de escuchar cantos de sirenas que nos hablan de la felicidad de comprar, de poseer, y que volvamos a oír la voz del amor, la voz que se grita en el silencio y el desierto. Para eso existe la Cuaresma, para dejarnos seducir por Dios en el desierto, para volver a las fuentes, para volver a la fidelidad primera y sentir la reconciliación de los enamorados. Eso es la cuaresma: volver a quien está enamorado de nosotros. Y nuestro volver pasa por el amor al hermano.
¿Cómo vamos a vivir esta cuaresma? ¿Cuáles son nuestras tentaciones? ¿Cómo podemos levantarnos? ¿Cómo vamos a volver al Padre y cómo nos vamos a reencontrar con los hermanos?
Concédenos, Dios todopoderoso, que nuestra cuaresma sea un verdadero desierto donde nos encontremos a nosotros mismos, donde descubramos la inmensidad de tu amor y donde comprendamos que la verdadera conversión pasa por el encuentro con el hermano más pobre y desamparado. Amén.