La llamada Suprema Corte de Justicia de la Nación acaba de invalidar los artículos 144 y 145 del Código Civil de Chiapas, porque dice que violan derechos consagrados en la Constitución. El artículo 144 decía que el objetivo del matrimonio es la perpetuación de la especie humana. El artículo 145 definía el matrimonio como la unión sólo entre un hombre y una mujer. Con esta decisión de la Corte, que no es del Congreso estatal, se abre más la puerta para que personas del mismo sexo se unan legalmente en lo que pretenden llamar matrimonio. Eso no es matrimonio, en su sentido natural. Podrá ser la unión consensuada y legitimada por la ley de dos personas del mismo sexo, que ampara algunos derechos, como la ayuda mutua, la sucesión, la posesión de bienes y servicios, pero no es un verdadero matrimonio, pues la misma raíz de esta palabra implica maternidad, cosa imposible entre dos hombres o dos mujeres. Esa decisión de la Corte fue por iniciativa de una ministra chiapaneca. ¡Vaya nuevo golpe a la institución matrimonial!
Mi comentario no es homofobia, no es desprecio u ofensa a quienes tienen tendencias homosexuales. Estas personas son seres humanos, merecedores de todo respeto y muy libres de asociarse con quien prefieran. La ley de por sí les ampara para hacer las convenios que quieran, con quien quieran y en la forma que quieran. Pero, ¿por qué obstinarse en llamarle necesariamente matrimonio?
Como estas decisiones de la Corte son inapelables, no queda más remedio que reconocer su decisión, pero no estamos obligados a pensar que, por ese hecho, su decisión sea la más justa y favorable a la sociedad. Su decisión se basa en un principio de legalidad, al sancionar lo que los ministros consideran que no es conforme con los artículos de la Constitución, pero no por ello estamos obligados a concederles toda la razón.
Afirmar que un matrimonio sucede sólo entre un hombre y una mujer que se aman, que se comprometen a ser el uno para el otro por siempre, a estar abiertos a generar nuevas vidas y que se respetan y se complementan, no es cuestión sólo de nuestra fe cristiana. Es una constatación antropológica, biológica, psicológica, social, histórica, cultural.
Respetemos siempre a personas con tendencias homosexuales y evitemos todo desprecio y ofensa, pero eduquemos en nuestras familias y en nuestras catequesis sobre el sentido del verdadero matrimonio. De esta forma, haremos un gran bien a la sociedad.