La Cuaresma nos ayuda a recapacitar que estamos necesitados de conversión: o sea de hacer un alto en nuestra vida, a la luz de Dios revisar para corregir lo que estamos haciendo mal o a medias, e incrementar y consolidar lo que estamos haciendo bien.
El III Sínodo, que yo he asumido, nos dice: “En nuestra Diócesis nos esforzaremos por evitar hacernos daño unos a otros, pues todos somos hermanos en Cristo. Debemos perdonar a aquellos que nos hacen algún mal, y también es necesario saber reconocer nuestros errores.” (n. 49).
También dice: “Al anunciar la Buena Nueva y al denunciar el mal lo hacemos con temor y temblor sabiendo que llevamos ese anhelo de justicia en vasijas de barro. El Pueblo de Dios y sus pastores no se ven libres de la tentación y del mal […] Debemos empezar por cambiar nosotros mismos; queremos corregir nuestros errores, arrepentirnos, pedir perdón y perdonar para ser un solo corazón, amándonos unos a otros en las obras, siendo humanitarios, responsables, humildes, sencillos, justos y razonables. Muchas veces no hemos sido así. Nuestras limitaciones y fallas han aumentado las divisiones y los enfrentamientos; nuestros malos ejemplos han facilitado deserciones en las filas del Reinado de Cristo […] Requerimos de una conversión continua que saque de raíz los egoísmos, la envidia e incluso la flojera y la indiferencia de nuestras vidas. Es necesario recorrer el camino del Hijo Pródigo: reconocer nuestros errores y confiar en la misericordia del Padre.” (H. 6.2).
Es difícil, pero con humildad y valentía reconozcamos nuestros errores y pecados, que tanto han dañado a otros, a nosotros mismos y a la creación; y no dejemos de dar el segundo paso: hacerlo ante Dios, si es posible dentro del sacramento de la Reconciliación, para recibir la gozosa misericordia del Padre, que nos perdona y renueva nuestra vida.
+ Mons. Rodrigo Aguilar Martínez
Obispo de la Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
Provincia de Chiapas