Por: Manuel Pérez Porras
La gente de don Diego de Mazariegos caminó montaña arriba, era difícil de ascenderla bajo el sol directo de marzo. La vegetación verde claro del valle del Grijalva empezó a cambiar por las agujas de pinos y hojas anchas de robledales con tonos cafés, amarillos y rojizos por tratarse de la temporada de secas.
Llegaron a Zinacantán y allí descansaron aquellas tropas de soldados castellanos, y tropas auxiliares de mexicanos y tlaxcaltecas, venían con ellos también algunos aguerridos chiapanecas; en la tierra de zotziles (hombres murciélago) los capitanes hicieron un alto para celebrar los rituales de la pasión de Cristo, y el domingo de resurrección, las mujeres zotziles concentraban los insumos en una palapa improvisada para preparar la comida de las tropas con productos que habían traído de las más lejanas regiones, tenían pescado seco de la costa, preparaban las tortillas, los caldos que hervían en grandes hoyas de barrio.
Después de dos días de descanso, levantaron nuevamente el campamento, para avanzar hacia su destino guiados por zinacantecos hasta llegar al gran cerro que ellos llamaban Muc’tavits, y que los mexicas lo identificaban como Huitepec. Desde sus alturas del lado sur pudieron apreciar una maravillosa vista de todo el valle cubierto de Ciénegas por el sur y zacate alto por el norte, Hueyzacatlán exclamaban los guerreros mexicas, desde arriba visualizaban los cerros, cerrillos y montículos, al noreste destacaba Moxviquil, de cuyo pie brotaba un arroyo que se fundía con el río grande, Don diego recorrió con la vista hacia un cerro del norponiente que sobresale por su forma redonda, era el cerro de Chamula, al que los españoles le pondrían por nombre Milpoleta, alcanzaron a ver unos cinco grupos de caseríos, construidos en las laderas de las altas montañas, según los informantes esas eran las tribus tributarias de Bernal Díaz del Castillo que 4 años atrás habían sido sometidas tras perder la batalla acometidas por las tropas que encabezaba el Capitán Luis Marín, pero que en la refriega habían dejado renco al soldado cronista Don Bernal, nunca olvidó esa feroz defensa de Chamula, 3 días aguantaron los feroces chamulas, y bien hubieran aguantado más tiempo sino fuera porque los atacantes dieron con el escondite de las mujeres y los niños y los tomaron como rehenes. Eran de estas tribus las milpas secas que se veían en el valle.
Hacia el sureste brillaba con los rayos del sol, como un espejo, la laguna de donde brotaban riachuelos que recorrían el sur del valle hasta desaparecer por las lomas del sur a donde se veían algunas chozas de los indios amigos parientes de los zinacantecos. Todo el valle estaba rodeado por un círculo de montañas que parecían coronarlo.
Caminaron cuesta abajo siguiendo a los guías para evitar caer en las Ciénegas o que se hundieran los cascos de los caballos, buscando porciones de tierra firme llegaron a la orilla del rio grande y allí pudieron saciar su sed, pernoctaron en una de sus caprichosas vueltas cercana a lo que sería el corazón de la naciente villa.
Al día siguiente atravesaron el rio y se dirigieron al lugar más firme de esta porción del valle. Allí el capitán Jerónimo de Cáceres, escribano oficial, dio lectura solemne del rollo que cuidaba celosamente:
«Yo el dicho tesorero Alonso de estrada gobernador por sus majestades hago saber a vos diego de Mazariegos que yo he sido informado que es cosa conveniente y necesario que las provincias de Chiapa y llanos de ellas se pueblen y conquisten de que dios nuestro señor y sus majestades serán muy seguidos y confiando de vos que sois tal persona que haréis lo que por mi nombre y de sus majestades os fuere cometido y encargado por la presente os nombro por capitán y teniente de gobernador de las provincias de Chiapa y llanos de ellas y de las otras provincias a ellas comarcanas y os mando que vais a ellas con la gente que vos están prestadas para ir desde esta ciudad y llegando a la dicha provincia de Chiapa pobléis y situéis una villa en mejor parte que vos pareciere…».
Los cuarenta y seis compañeros de Mazariegos que se habían inscrito como vecinos en Chiapa participaron en el acto solemne de la fundación de la nueva villa del Valle de Jovel como lo llamaban los zotziles, fue un 31 de marzo; Diego de Mazariegos manda redactar una nueva ordenanza tomando en cuenta las leyes reales: “[…] se hizo su traza y se dividió en barrios, manzanas y calles, a las cuales se les dieron nombres para ser conocidas, así como también por voz de pregonero se hizo saber a los vecinos, en cabildo de 24 de abril, que podían pedir merced de solares de la traza para construir sus casas solariegas, y más tarde se comenzaron a repartir las tierras circunvecinas entre los pobladores de la naciente villa” [Trens, 1957: 123].
A los habitantes de los barrios – de mexicanos y tlaxcaltecas- se les otorgaron buenas tierras para que construyeran sus viviendas, y cultivaran al otro lado del río a donde se consideraban las tierras del ejido, se sabía que antes habían sido cultivadas por los chamulas; su ubicación estaba al norponiente de la naciente villa para que evitaran le entrada de posibles rebeldes al corazón castellano; su pago fueron esas buenas y húmedas tierras, mismas que desde el principio despertaron la codicia de los vecinos españoles quienes empezaron a buscar la forma de arrebatárselos a los indios amigos.
Trazaron los soldados las primeras 4 calles que flanqueaban lo que sería la plaza de esta villa así tenían la calle zinacantlán, por el poniente; la calle Comitlán, por el Oriente; la calle del Peñol, por el norte dejando lugar para la iglesia de Nuestra Señora y para las casas consistoriales y por el sur la calle de la fuente, 100 varas castellanas medirían de norte a sur y 125 de oriente a poniente. Acto seguido Jerónimo de Cáceres escribió el acta formal de fundación de la villa. El momento era solemne; así pues, los soldados guardaron silencio; algunos rodearon el lugar donde el escribano garigoleaba sus letras plasmando los acuerdos en el documento. sintiéndose el centro de atención el escribano leía en voz alta su escrito:
«En treinta y un días del mes de marzo del dicho año de mil y quinientos y veinte y ocho años estando en un campo llano y grande que los indios llaman gueyzacatlán … les ha parecido fundar en este campo de gueyzacatlán que ay y concurren las calidades necesarias para la dicha población y ser la tierra fría y en ella a ver el rio y fuente y buena tierra y agua y prados y pastos y aire y la tierra y sitio enjuto para la dicha villa alta y sana a el parecer del médico que al presente se halló y tierra para ganados y monte y arboledas… por tanto el dicho señor capitán y los dichos señores justicia y regidores… juntamente unánimes y conformes dijeron que mudaban y mudaron el asiento de la dicha villa real que ansí está asentada en la dicha provincia de Chiapa a este dicho campo de Gueyzacatlán…».
Terminadas las solemnidades y firmas, don Diego entregó a las autoridades sus varas de mando. Y cuando ya casi era de noche, ordenó que el pregonero lanzara este pregón, que el eco repitió por todas las montañas «Que todas las personas que tienen voluntad de permanecer, e ser vecinos de esta villa, se vengan a asentar en el libro de cabildo».
La noche era cálida, pero corría un aire fresco. Por los montes se escuchaba canto quejumbroso del Tecolote, el turumpukuj, le decían los zinacantecos, y el canto obsesivo de un pájaro nocturno que pareciera que decía: Luis Marín…, a lo lejos se escuchaba el melancólico aullido del coyote.
Del 31 de marzo al 24 de abril los capitanes repartían los solares para que construyeran sus casas de acuerdo a los lugares que habían elegido, a los indios amigos les dieron tierras para que fundaran “El Barrio”, a nombre del rey Carlos, con entusiasmo se adentraron a los campos para cortar los horcones y maderas necesarias para iniciar las construcciones.
Trazaron las cuadras y dieron nombre a las calles, así tenían las del sol, la luna, zinacantlán, de Comitlán, la del río, la de la laguna, la del Peñol, la de la Ciénega, la de la fuente, la de Santiago, y la de la carrera.
A lo lejos, la calle zinacantlán continuaba hasta encontrarse con el camino zigzagueante que comunicaba con el barrio de mexicas y tlaxcaltecas para luego perderse en las faldas del cerro Milpoleta a donde los indios de Chamula, Analco y Mostenango, observaban cuidadosamente cada uno de los movimientos de los castellanos y sus aliados y guardaban sus provisiones por si hubiera alguna nueva incursión a sus tierras.
De esta manera La Villa Real se estableció formalmente y se tomó posesión siguiendo las indicaciones de la Cedula Real” escrita para ser aplicada en cualquier lugar que el capitán eligiera ya fuera en Chiapa o en Hueizacatlán.
«Los solares citadinos se repartieron de la siguiente manera: el solar de la iglesia, el del cabildo, cuatro para Don Diego de Mazariegos. Cuatro para Don Andrés de La Tovilla, y dos para Pedro de Estrada; uno para cada uno de los siguientes colaboradores: Francisco de Litorne, Pedro Orozco, Francisco Gil, Alonso de Aguilar, Juan de Porras, Jerónimo Cáceres, Bernardino de Coria, Francisco de Chávez y Antonio de la Torre, que hacen un total de diecisiete lotes. (…) [hubo] otros 43 vecinos nombrados» (Artigas 1991, 17).
En el recinto midieron las varas que le tocaba a cada uno de los capitanes incluyendo los que se unieron a las tropas después de conquistar Guatemala y que venían con el grupo del capitán Pedro de Portocarrero, él traía también otra orden para fundar una villa, y ya la habían Fundado en los llanos de Comitán con el nombre de San Cristóbal de Los llanos, esa era la orden que Don Pedro de Alvarado tenía en sus manos; Mazariegos había tomado la decisión de abandonar la tierra caliente de Chiapa y trasladar Villa Real al Valle de Jovel pero antes viajó a entrevistarse con Don Pedro de Portocarrero que avanzaba desde los valles de Comitán, se encontraron en Huixtán y allí el astuto Don Diego ofreció a los soldados de Don pedro de Portocarrero la oportunidad de recibir el tributo de los pueblos vasallos, y entonces la villa de los llanos fue desmantelada al igual que la de Chiapa, lo invitó a que se uniera con sus contingentes para formar una sola villa, aunque no todos aceptaron, algunos de los hombres de Alvarado y auxiliares aceptaron la idea de unirse en la nueva fundación. Uno de estos fue Don Andrés de la Tovilla que traía a su mando a guerreros quichés, y les dio tierras en el ejido, en el nororiente, muy cerca del nacedero del río grande, y algunos xochimilcas y tlaxcaltecas se ubicarían cerca de las tierras otorgadas a los mexicas de Don Diego, y formaron parte de los barrios como pago por acompañar a los capitanes castellanos, este aparente arreglo fue corto porque luego los capitanes que se unieron después pelearían para que Villa Real se llamara San Cristóbal de Los Llanos y con este nombre haría vigente la ordenanza de Don Pedro de Alvarado y así las ordenes empezaron a llegar de Guatemala.
Los tlaxcaltecas, Xochimilco y mexicas trabajarán las tierras ejidales, las que estaban del otro lado del río, que los castellanos identificaban como Amarillo, allí tendrían sus huertos también se encontrarán sus parcelas particulares dejando las áreas de trabajo colectivo, se daba buena milpa y en las áreas sin cultivar crecía buen pasto y montes comunales.
Estaban amojonada alrededor de la villa, pero como eran llanas y de buena pastura, también los colonos españoles introdujeron de España las primeras vacas y ceméntales allí tenían también la producción de caballos y borregos.
Ahora el nuevo cabildo del ayuntamiento de Villa Real fijó algunas normas para la convivencia de los habitantes castellanos, a los señores castellanos se les prohibía mandar a sus esclavos indígenas que entraran en contacto con los habitantes de los barrios, aquel castellano que mandara a su esclavo a traer rastrojo o algún tipo de forraje para los caballos, y entrara en contacto con los indios del vall, se les aplicaría una multa, que junto con otras multas permitiría juntar los fondos para la construcción de la iglesia de nuestra Señora.
Pasaría un Katún (20 años) para que fray Bartolomé de Las Casas liberara a los esclavos y formaran un nuevo barrio y para que los habitantes de la periferia del valle se unieran en grupos que formarían los pueblos de Chiapas, así se formó el barrio del Cerrillo a donde hombres y mujeres de distintas razas e idiomas empezaran a convivir de manera pacífica, con el mismo modo se organizaban los barrios de mexicas, tlaxcaltecas, los zapotecas, mixtecas, y el pueblo de quichés, todos integrarían su propio cabildo, su iglesia, su plaza central sus alguaciles y su cárcel, tenían sus tierras comunales para cultivarlas para las fiestas de sus vírgenes y sus santos. En recuerdo a villa fundada por Pedro de Portocarrero en los valles de Comitán, la naciente villa del Valle de Jovel recibió el nombre de San Cristóbal de Los Llanos de Chiapa, en 1531 y este fraile defensor de los indios le dio su apellido. Así nace San Cristóbal de Las Casas. Foto via redes sociales.