Ante una sociedad de altas y profundas desigualdades sociales, el coronavirus, se ha manifestado, escriben ciertos periodistas, como El Gran Nivelador. sin embargo, no todos estamos de acuerdo con tal afirmación, así lo escribe también, la periodista Emily Maitlis..
Desde la terracita de mi casa, contemplo, mañana tras mañana, como, al pie de la misma, hombres y mujeres levantan sus puestecitos del comercio ambulante y ocasional en torno a Santo Domingo y Caridad: artesanías, flores, jugos, semillas y plantas para la salud, hamacas, ámbar…
La policía pasa con su megavoz urgiendo: “retírense a su casa”, “eviten el contagio”. “cuiden su salud”… Por fuerte que sea el sonido, “no lo oyen”; considero que su corazón resuena una voz más fuerte que les susurra interrogante ¿Qué va a comer hoy tu familia?
En contraste, no faltan políticos, privilegiados del deporte, artistas, gente de la farándula… en definitiva millonarios, que alardean de su cuarentena y retiro en sus suntuosas mansiones y sus despensas y bodegas repletas de reservas, cuando son muchos los pobres que viven al día y si no tienen ingresos no comen y su casa, a más, de que la mayoría alquila y su vivienda es reducida, de escasos metros cuadrados.
Aún, en estos tiempos de pandemia, ni la muerte nos iguala. Supimos de Guayaquil, ciudad portuaria de Ecuador, donde llegó tan fuerte e inesperada la pandemia, que mucha gente murió en su casa y no habiendo servicios públicos que atendieran las llamadas de auxilio, tuvieron que sacar y abandonar sus muertos en la calle o bien, cómo está sucediendo en Nueva York, que habilitan fosas comunes, pues los crematorios no dan abasto a la cantidad de fallecidos, a más, de que a las familias les faltan recursos y los cuerpos son depositados en fosas comunes.
Con lo dicho, tampoco intento negar la verdad acerca de la muerte que iguala a todos y que tan bellamente describe el inmortal poeta, Jorge Manrique, -s. XV- en la copla a la muerte de su padre:
Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
como se pasa la vida,
cómo viene la muerte tan callando
Cuán presto se va el placer,
como, después de acordado,
da dolor,
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor
Nuestra vida son los ríos
que van a dar en el mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
Allí los ríos caudales,
Allí los otros medianos
y más chicos,
Y llegados, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.
En verdad, la muerte llega a todos sin distinción de clase, oficio, posición social, casa grande o pequeña, propia o de alquiler…: lo importante es la vida y sus cuidados y que estén cubiertas sus necesidades fundamentales, aspirando siempre vivirla con los medios y recursos necesarios para que sea digna, cosa que incumbe básicamente a los gobiernos y su recta administración.
Es mi deseo y esperanza que esta tribulación y crisis, en que la humanidad se ve acorralada por el corona virus, vencida la pandemia con la solidaridad y sacrificio de todos/as, nos encaminemos seriamente, en la construcción de un estilo de vida y sociedad, en la que prevalezcan la solidaridad sobre el egoísmos, la igualdad sobre las profundas desigualdades sociales, la justicia al alcance también de los pobres sobre la injusticia, la verdad sobre la mentira, el amor sobre el odio, el aprecio y defensa de la vida sobre el desprecio de la misma y el crimen en sus múltiples formas como se presenta en nuestra sociedad.
Feliz Pascua de Resurrección, en ella se apoya nuestra esperanza.
Fray Pablo o.p.