Para la creación de las réplicas de los murales de Bonampak, Rina Lazo vivió 3 meses en la selva; ahí recogió tierras y minerales con el fin de asemejar los colores de las pinturas mayas originales.
En entrevista reciente nos comenta:
Cuando se estaba construyendo el Museo Nacional de Antropología en la Ciudad de México, el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez me encargó realizar la réplica de las pinturas murales de Bonampak, “la ciudad maya de los muros pintados”. Tuve la fortuna de adentrarme en la vida de los pueblos que habitan en las selvas de Chiapas y Guatemala; en este tiempo realicé las calcas, los dibujos y las notas de color de los murales de Bonampak. Al terminar, regresé a México para pintar las reproducciones al fresco en el templo facsímil construido en el jardín anexo a la sala maya del museo. Con este trabajo, reafirmé aquello que en alguna ocasión el maestro Rivera dijo: “En materia de muralismo, nada hemos aprendido de los europeos, teníamos ya una gran cultura pictórica”. La muestra son estos grandes murales prehispánicos que nos hablan de las luchas de los pueblos.
Mis recuerdos de infancia sobre los maya quichés me llevaron a profundizar en las costumbres ancestrales aún vivas en esa cultura, las cuales han pasado de padres a hijos con el libro sagrado del Popol Vuh. Así, cuando me encargaron una obra para la sala maya del Museo Nacional de Antropología, que se encontraba en restauración, pinté el mural Venerable abuelo maíz. Se trata de una pintura al temple en un superficie de cincuenta y un metros cuadrados, en la que narro la creación de los cuatro hombres hechos de maíz que poblaron los cuatro puntos cardinales y la vida cotidiana de los mayas. Comparto con orgullo las palabras expresadas por Miguel León Portilla el día de la inauguración:
“Al contemplar este mural, recuerdo aquel texto maravilloso que nos habla de que los mayas llamaban ah dsib y los nahuas tlahcuilo, es decir, el que pinta y el que escribe, a aquellos que dialogan con su corazón. Mucho tuvo que dialogar Rina con su corazón hasta convertirse, como lo expresa la palabra mesoamericana, en un corazón endiosado, un yoltéotl, para de allí pasar a ser tlayol tehuiani, endiosador de las cosas, las cuales recrea con los colores de todas las flores. Aquí lo vemos: lo que su corazón endiosado le ha dicho hace posible su obra”.
Mi experiencia adquirida por los años que estuve cerca de Diego Rivera y la conciencia de llevar en la sangre la herencia de las grandes culturas que florecieron en este suelo, me han dado la convicción de continuar en esta ruta nacionalista que nos legó el movimiento pictórico mexicano y que busca, a través de la mirada y la mano del artista, afirmar en los espectadores la seguridad y el orgullo de ser descendientes de esta gran cultura que es la nuestra. Mantener ese espíritu combativo y de denuncia y transmitir un mensaje histórico y social para traerlo a nuestro tiempo es lo que mi obra mural busca aportar.
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«Nuestro pasado prehispánico más vivo que nunca»
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