Por Bibiano Luna/Desde la fenestra sur de la casa , se divisa el diáfano azul del cielo y el exuberante verdor del «cerrito de San Cristobalito» como le decimos los coletos.
Desde temprano se escucharon las campanadas llamando a la misa, cohetería al pormayor, música de banda y el interminable pitar de los cláxones de los patas de hule de todos los tamaños.
Recuerdo que desde niño, mis papás y nosotros los muchachitos nos asomabamos por la ventana como a eso de las cuatro de la tarde, para ver pasar la peregrinación de los chóferes con sus carros adornados y el cláxon sonando.
La peregrinación partía del parque central y recorría la calle Diego de Mazariegos en sentido contrario para luego dar vuelta a la izquierda en la esquina del Puente Blanco y de allí dirigirse por el angosto camino de terracería que subía al pequeño templo del Patrono: San Cristóbal Mártir.
Debo comentar que quien encabezaba la peregrinación era Monseñor José Rubén Ramos el un vehículo marca Jeep color amarillo huevo. Detrás los coches, luego las camionetas y finalmente los camiones pesados con los cláxon que sonaban tan fuerte como los de un barco.
Una vez que pasaban, se ponían sillas en el corredor que quedaba frente al cerrito para volver a verlos cuando ya estaban casi arriba.
La seña era cuando veíamos aparecer entre las ramas de los árboles el brillante Jeep color huevo.
Mi hermanito y yo íbamos contando con nuestros dedos cuántos carros pasaban.
Al llegar a la sima se dejaba escuchar la diana, las campanas y los cohetes.
Era muy entretenido ver a lo lejos y escuchar lo que comentaban los grandes.
Recuerdos y más recuerdos.
Los comparto a todos ustedes mis queridos Calcontas. Atte. Bibiano Luna
NOTA. Actualmente ya no existe ese camino angosto de terracería que pasaba a la mitad del cerro, al frente del lado norte. O sea que desde la Merced se podía ver muy bien.