Yendo en visita pastoral a unas comunidades de la parroquia de La Trinitaria, observé que hay muchos terrenos donde hay sólo piedras y nada se produce. Me dijeron que hace años todo ese espacio estaba lleno de árboles. Los campesinos, para tener con qué comer, los tiraron y empezaron a sembrar maíz y frijol. Al principio, había tierra buena, producida por las hojas de los árboles; pero, con el tiempo, la lluvia se fue llevando esa tierra negra y sólo quedaron piedras. Durante un tiempo, entre piedra y piedra había algo de tierra buena y allí seguían sembrando; pero ni eso quedó. Ahora nada se produce y la gente tiene que emigrar, para buscar otras alternativas de vida. Esto mismo se puede observar en algunas partes entre Comitán y San Cristóbal, y sobre todo en terrenos de Zinacantán, camino hacia Tuxtla. Sólo quedan piedras, donde antes había árboles y vida.
En nuestra diócesis, preocupados por la creciente destrucción de la riqueza natural de Chiapas, hace dos años organizamos un Congreso sobre la Pastoral de la Madre Tierra. Al principio, algunos abordaban este asunto como lo trataría cualquiera ONG; pero poco a poco fuimos valorando que el tema tiene hondas raíces bíblicas y no es algo ajeno a nuestra pastoral profética, litúrgica y social. Ahora, ha ido creciendo el interés por darle esta dimensión integral y algo vamos logrando en el cuidado y protección no sólo de la tierra, sino de todo el cosmos.
PENSAR
El actual Papa nos acaba de enviar una carta encíclica, titulada Laudato si’, en que nos invita a reflexionar sobre el cuidado de la casa común. Se inspira en el Canto de las Creaturas de San Francisco de Asís, que dice: «Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba».
Entre muchas reflexiones, resalto algunas frases: “Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm 8,22).
Hago una invitación urgente a un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta. Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos. El movimiento ecológico mundial ya ha recorrido un largo y rico camino, y ha generado numerosas agrupaciones ciudadanas que ayudaron a la concientización. Lamentablemente, muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas a la crisis ambiental suelen ser frustrados no sólo por el rechazo de los poderosos, sino también por la falta de interés de los demás. Las actitudes que obstruyen los caminos de solución, aun entre los creyentes, van de la negación del problema a la indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega en las soluciones técnicas. Necesitamos una solidaridad universal nueva” (Nos. 1,2 y 14).
La visión del Papa, sin embargo, no se reduce al medio ambiente, a la cuestión ecológica en un sentido restringido, sino que incluye el cuidado de toda vida, desde la incipiente en el seno materno, como la considerada inútil en la vejez o en la enfermedad. Esto es muy importante, porque algunos defensores apasionados por el cuidado de la madre tierra, son impulsores del aborto y del que el Papa llama descarte de los seres humanos, por la pobreza, la falta de trabajo y de educación. La visión, pues, es integral.
ACTUAR
Invito a leer, meditar y difundir esta encíclica, a nivel personal y familiar, y sobre todo en nuestros grupos pastorales. No es oportunismo ideológico, sino un llamado del Espíritu para salvar a la humanidad de un desastre que pareciera inminente e irreversible. Tenemos tiempo aún.
+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de Las Casas
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Yendo en visita pastoral a unas comunidades de la parroquia de La Trinitaria, observé que hay muchos terrenos donde hay sólo piedras y nada se produce. Me dijeron que hace años todo ese espacio estaba lleno de árboles. Los campesinos, para tener con qué comer, los tiraron y empezaron a sembrar maíz y frijol. Al principio, había tierra buena, producida por las hojas de los árboles; pero, con el tiempo, la lluvia se fue llevando esa tierra negra y sólo quedaron piedras. Durante un tiempo, entre piedra y piedra había algo de tierra buena y allí seguían sembrando; pero ni eso quedó. Ahora nada se produce y la gente tiene que emigrar, para buscar otras alternativas de vida. Esto mismo se puede observar en algunas partes entre Comitán y San Cristóbal, y sobre todo en terrenos de Zinacantán, camino hacia Tuxtla. Sólo quedan piedras, donde antes había árboles y vida.
En nuestra diócesis, preocupados por la creciente destrucción de la riqueza natural de Chiapas, hace dos años organizamos un Congreso sobre la Pastoral de la Madre Tierra. Al principio, algunos abordaban este asunto como lo trataría cualquiera ONG; pero poco a poco fuimos valorando que el tema tiene hondas raíces bíblicas y no es algo ajeno a nuestra pastoral profética, litúrgica y social. Ahora, ha ido creciendo el interés por darle esta dimensión integral y algo vamos logrando en el cuidado y protección no sólo de la tierra, sino de todo el cosmos.
PENSAR
El actual Papa nos acaba de enviar una carta encíclica, titulada Laudato si’, en que nos invita a reflexionar sobre el cuidado de la casa común. Se inspira en el Canto de las Creaturas de San Francisco de Asís, que dice: «Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba».
Entre muchas reflexiones, resalto algunas frases: “Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm 8,22).
Hago una invitación urgente a un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta. Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos. El movimiento ecológico mundial ya ha recorrido un largo y rico camino, y ha generado numerosas agrupaciones ciudadanas que ayudaron a la concientización. Lamentablemente, muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas a la crisis ambiental suelen ser frustrados no sólo por el rechazo de los poderosos, sino también por la falta de interés de los demás. Las actitudes que obstruyen los caminos de solución, aun entre los creyentes, van de la negación del problema a la indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega en las soluciones técnicas. Necesitamos una solidaridad universal nueva” (Nos. 1,2 y 14).
La visión del Papa, sin embargo, no se reduce al medio ambiente, a la cuestión ecológica en un sentido restringido, sino que incluye el cuidado de toda vida, desde la incipiente en el seno materno, como la considerada inútil en la vejez o en la enfermedad. Esto es muy importante, porque algunos defensores apasionados por el cuidado de la madre tierra, son impulsores del aborto y del que el Papa llama descarte de los seres humanos, por la pobreza, la falta de trabajo y de educación. La visión, pues, es integral.
ACTUAR
Invito a leer, meditar y difundir esta encíclica, a nivel personal y familiar, y sobre todo en nuestros grupos pastorales. No es oportunismo ideológico, sino un llamado del Espíritu para salvar a la humanidad de un desastre que pareciera inminente e irreversible. Tenemos tiempo aún.